Mi
abuela decía: “Pues si estamos abajo que vengan aquí los hombres.
Si subimos nosotras, alguien tendrá que venir abajo”. Es lo que
pienso yo también. El único lugar donde nos podamos entendernos es
abajo. Pero mi abuela era una mujer pobre y las pobres nunca fueron
suficientemente feministas para el gusto intelectual.
Muestra
un trapo viejo pero muy cuidado
Esto
es lo que he heredado. Un trapo desgastado. Considero un tesoro este
viejo trozo de tela porque
explica una vida, también desgastada… y
llena de sentido. Siempre me sorprende la alegría de las mujeres que
han entregado tanto, a pesar de las humillaciones y las cargas de la
vida, para mí tan sobrehumanas.
Sí,
ciertamente, las mujeres como mi abuela fueron mujeres aplastadas y a
eso no hay derecho. Pero también fueron mujeres sabias, que en las
peores condiciones fueron dibujando un itinerario de liberación
tremendamente lúcido. “A lo mejor, -pensaba- todos
deberíamos ser trapos” ¡Qué ocurrencia!, ¡trapos!
Y
sin embargo; ¡Qué maravilla!
Ver
la realidad desde esa humildad permite pensar de otra forma. Siglos
de sometimiento encierran un gran aprendizaje. Un esclavo que había
luchado toda su vida por la libertad decía que no podía tolerar que
otro le limpiara los zapatos. Los demás no lo entendían. Sólo los
que realmente se han sentido esclavos desarrollan una sensibilidad
exquisita ante la libertad de los demás. Quizás sólo las mujeres
pobres, las más humilladas, puedan escribir el pliego de las
reivindicaciones sin resignación, sin miedo y sin resentimiento. No
las dejaremos, es demasiado peligroso, seguramente escribirían una
sólo palabra: Vida.
Ellas, que aceptaron ser trapo, salvaron niños,
familias, países enteros. Quizás la humanidad exista gracias a
ellas.
Moisés Mato
Texto
de Teatro encuentro para el Grupo de Investigación Acción (GIA)
Lucía Cullen
No hay comentarios:
Publicar un comentario