Teatro Encuentro ha sido una experiencia fascinante y cargada de trascendencia, tan sencilla y humana que no permite engañarse a uno mismo; en el contacto con el espectador, que casi siempre se conmueve, uno siente la responsabilidad de ser persona, de tener una gran capacidad de influencia en los demás al compartir inquietudes profundas, a menudo dolorosas… como Esteban, aquel prejubilado de 57 años que me decía que le sobraba el tiempo, que estaba pensando si estudiar de nuevo, y que su hija de 18 nunca hablaba con él… o como Zaida, que me pidió un abrazo y me contó que su familia vivía a 200 metros pero nunca se visitaban… y así seguiría, con temas muy íntimos que casi siempre son muy comunes, y que en el diálogo nos han llevado a grandes temas del ser humano de forma natural, sencillamente hablando de lo que nos importaba de verdad, de lo que deberían ser nuestras vidas y de lo que son en realidad. Y de por qué eso es así, de cómo es la sociedad y, en algún caso, de lo que se puede, y se debe, hacer para vivir como casi todos sentimos que debe ser la vida.
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